Saturday, October 15, 2005

La Historia de Ádele Hugo: de literatura, mujeres, obsesiones y locuras.

Para Eduardo Llosa con cariño



Ha sido la primera vez que veo una película de Trauffaut y no he sabido empezar a decir algo sobre un cineasta para mi desconocido aunque tantas veces nombrado por algunos amigos que aman el cine. Las diferentes cosas que he tenido que hacer durante este tiempo, desde lecturas incluyendo las de la tesis, noticias, alborotos, jornadas, coloquios, otras películas, almuerzos, gente nueva, desencuentros, sonrisas, sueños, mudanzas, visiones, distancias y todo ese rollo de cosas que nos pasan y que llamamos vida cotidiana me permitieron ir relegando la escritura de este post con esa suerte de miedo a empezar nada, a ensalzar y/o tachar de un primer tirón una película que sin embargo me dejó impactada. Pero aquí estoy de nuevo. He olvidado no se si a propósito o por carencia toda la multitud de cosas que quería decir y que ya no diré, toda la multitud de formas en que quería empezar a decir algo sobre la película y que empezaban a cambiar inconstantes en la medida que pasaban los días. Como no he encontrado otra he querido empezar por ésta.



Desde que ví la película, hará ahora casi un mes, quedó grabada en mí la mirada de la actriz, esa mirada perdida de una mujer especial, una loca de amor. No me había percatado que el H. abreviado era el Hugo paterno de aquel entrañable escritor de Los miserables hasta el final de la película y a no ser por aquella carta enviada desde casa por Adele mientras escondía su identidad en una ciudad que no era la suya.

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Tuesday, October 04, 2005

Estaciones


A menudo necesitamos un poco de tiempo para el olvido, para las tardes necesarias que alejen aún punzantes la presencia del que se ama, para aprender a mirar a otro lado y dolernos menos...cada vez menos, pensamos.
Sin embargo todo sigue allí, como si al corazón le importara poco el paso de las hojas caídas en nuestros parques, los veranos sin sol, los inviernos sin lluvia, las tantas hojas cayendo entre las estaciones pasadas, entre nuestras vidas separadas por un velo que se abre o cierra a su antojo mientras contagia el frio una cobardía interior hacia la nada. Y en tanto, entre una estación y otra, quedan apenas pocos rastros de lo que somos en ausencia, en cada invierno que aún permanece aquí, en esta ciudad que apresura su primavera sin retorno.
Sin importar todo ello, la mirada huye cuando llegas, cuando vuelves, como si te importara poco el tiempo y la distancia. Ciertamente algo desespera pues otra primavera pasa, pero no florecen las palabras, ni los actos, solo el silencio, la huida, el miedo de ver tus pasos y aún de no poder hacerlo ya nunca en este mundo entero que se aquieta en la memoria.