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Ha sido la primera vez que veo una película de Trauffaut y no he sabido empezar a decir algo sobre un cineasta para mi desconocido aunque tantas veces nombrado por algunos amigos que aman el cine. Las diferentes cosas que he tenido que hacer durante este tiempo, desde lecturas incluyendo las de la tesis, noticias, alborotos, jornadas, coloquios, otras películas, almuerzos, gente nueva, desencuentros, sonrisas, sueños, mudanzas, visiones, distancias y todo ese rollo de cosas que nos pasan y que llamamos vida cotidiana me permitieron ir relegando la escritura de este post con esa suerte de miedo a empezar nada, a ensalzar y/o tachar de un primer tirón una película que sin embargo me dejó impactada. Pero aquí estoy de nuevo. He olvidado no se si a propósito o por carencia toda la multitud de cosas que quería decir y que ya no diré, toda la multitud de formas en que quería empezar a decir algo sobre la película y que empezaban a cambiar inconstantes en la medida que pasaban los días. Como no he encontrado otra he querido empezar por ésta.
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Desde que ví la película, hará ahora casi un mes, quedó grabada en mí la mirada de la actriz, esa mirada perdida de una mujer especial, una loca de amor. No me había percatado que el H. abreviado era el Hugo paterno de aquel entrañable escritor de Los miserables hasta el final de la película y a no ser por aquella carta enviada desde casa por Adele mientras escondía su identidad en una ciudad que no era la suya.
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