“Tu mihi sola domus,
tu, Cynthia, sola parentes,
omnia tu nostrae tempora laetitia.”*
Sixto Propercio. Elegías.
Empieza a tardar la llegada del sol estos últimos días de verano, Nicolas. La ventana de mi habitación despierta adormecida por una neblina que cae desde el cielo y se asienta sin razón por todos sus lados, opacándola. Con ese acaecer, el patio de mi morada parece ser un nuevo lugar para recomenzar el frío, creo que necesitaré desempacar más edredones y mantas para las noches que amenazan llegar a esta vieja casa. Pienso, porque ese es el constante estado que se sujeta en mí cada día que te recuerdo, que un claro tempo lento nunca sonó tan triste, tan reducido, tan corroído por los endurecimientos y elevaciones de tu sensualidad, esa que te empeñas en pintar como si fuese sustancial, sin serlo. Me aterra la elección de cualquier pensamiento trivial utilizado para ilustrar la esencia de un bello momento de luna, pero no me importa si otros lo hacen, no lo tolero en ti. No te has dado cuenta que fue ese burdo refinamiento tuyo lo que nos separo, ¿verdad? Podría haber sido distinto, todo podría haber marchado bien, pero... No, no me interesa alimentar fugacidades en el corazón, no es ese el lugar que yo espero.
Los libros acumulados en mi mesa de trabajo nunca me miraron con tanta tristeza ninguna mañana. Y tus cartas, qué decir de tus cartas...empiezan a hacerse agua, a borrar lo bello que había en ellas, las palabras que le regalabas a este corazón que se creía comprendido por el tuyo. Entonces, ¿me he engañado, Nick? ¿entonces, ni nunca fuiste Propercio?, ni siquiera aquel último viernes de julio en que esperabas ansioso verme llegar para presentarme tus cartas y yo, nerviosa y emocionada, dejaba de correr antes de llegar a aquel dintel. ¿Ni antes?, cuando me tenías presa en tu mirada y yo, después de mucho tiempo sin saber qué hacer, atiné a preguntarte la razón desde un poema distante que aquel dormido encendedor de lámparas descubrió. Ni aquella vez que tus primeras cartas llegaron a mis manos como si fuesen una respuesta, aquella que te leía por tres noches seguidas envuelta en lágrimas pues con cada palabra creía que me llamabas Cintia.
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*“Tú sola eres mi casa Cintia,
solo tú, mis padres;
tú, todos los momentos de mi dicha”