Tuesday, September 12, 2006
Walter Kömpff
-Isabel- dijo un día a la mujer-, Isabel, he sido un asno. Pero ahora sé dónde he llegado.
-Sí, pero, ¿cómo tan de repente?- preguntó ansiosa, porque el tono de Kömpff no le agradaba.
-Atiende, Isabel. Puedes aprender algo. Pues un asno, dije, ¿verdad? Estuve corriendo toda mi vida y me atribulé y perdí mi felicidad por algo que no existe siquiera.
-Esto ya no lo comprendo.
-Imagina un poco, uno ha oído hablar de una bella, de una maravillosa ciudad lejana. Tiene gran deseo de llegar a ella, aunque se encuentra distante. Finalmente lo deja todo, da lo que posee, se despide de todos los buenos amigos y se marcha, y camina y camina, días enteros y meses enteros, a través de todas las dificultades, hasta que no tiene fuerzas. Y luego, cuando está tan lejos que no puede regresar, comienza a advertir que lo de la magnífica ciudad lejana es una mentira, un cuento. La ciudad no existe, no existió nunca.
- Eso es triste. Pero nadie hace eso.
-¡Yo, yo sí, Isabel! He sido así, puedes decir lo que quieras. Toda mi vida, Isabel...
-No es posible, señor. ¿Qué ciudad es ésa?
-No se trataba de una ciudad, era solamente una comparación, ¿sabes? Me quedé siempre aquí. Pero tenía un deseo y por él lo descuidé y perdí todo. Tuve un deseo de Dios, por Dios, Isabel. Quise hallarlo, corrí tras él y ahora estoy tan lejos que no puedo retornar...¿Comprendes? Nunca más podré volver. Y todo fue una mentira...
-¿Qué?¿Qué cosa fue mentira?
-El buen Dios, querida. No existe, no está en ninguna parte.
-¡Señor, señor! ¡No diga eso! No se puede, usted lo sabe. Es pecado mortal.
-Déjame hablar... No, calla. ¿O corriste tú también toda tu vida tras él? Cientos y cientos de noches leíste la Biblia. ¿No rezaste a Dios mil veces de rodillas, para que te escuchara, para que aceptara tu sacrificio y por él te diera un poquitito de luz y de paz? ¿Lo lograste? ¿Perdiste tus amigos, para estar más cerca de Dios? ¿Sacrificaste tu oficio y tu honor por ver a Dios? Yo hice todo eso y mucho más, y si Dios viviese y tuviese apenas tanto corazón y tanta justicia como el viejo Beckeler, me hubiera mirado.
-Dios quiso ponerlo a prueba...
-Eso hizo, eso hace. Mas hubiera debido saber que yo sólo lo quería a Él. Pero no vio nada, no supo nada. No me puso a prueba sino que yo lo puse a prueba a Él y encontré que es una fábula.
Hesse, Hermann. Walter Kömpff. En: Pequeño mundo. Primera edición Pocket. Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1985, pp. 148.
-Sí, pero, ¿cómo tan de repente?- preguntó ansiosa, porque el tono de Kömpff no le agradaba.
-Atiende, Isabel. Puedes aprender algo. Pues un asno, dije, ¿verdad? Estuve corriendo toda mi vida y me atribulé y perdí mi felicidad por algo que no existe siquiera.
-Esto ya no lo comprendo.
-Imagina un poco, uno ha oído hablar de una bella, de una maravillosa ciudad lejana. Tiene gran deseo de llegar a ella, aunque se encuentra distante. Finalmente lo deja todo, da lo que posee, se despide de todos los buenos amigos y se marcha, y camina y camina, días enteros y meses enteros, a través de todas las dificultades, hasta que no tiene fuerzas. Y luego, cuando está tan lejos que no puede regresar, comienza a advertir que lo de la magnífica ciudad lejana es una mentira, un cuento. La ciudad no existe, no existió nunca.
- Eso es triste. Pero nadie hace eso.
-¡Yo, yo sí, Isabel! He sido así, puedes decir lo que quieras. Toda mi vida, Isabel...
-No es posible, señor. ¿Qué ciudad es ésa?
-No se trataba de una ciudad, era solamente una comparación, ¿sabes? Me quedé siempre aquí. Pero tenía un deseo y por él lo descuidé y perdí todo. Tuve un deseo de Dios, por Dios, Isabel. Quise hallarlo, corrí tras él y ahora estoy tan lejos que no puedo retornar...¿Comprendes? Nunca más podré volver. Y todo fue una mentira...
-¿Qué?¿Qué cosa fue mentira?
-El buen Dios, querida. No existe, no está en ninguna parte.
-¡Señor, señor! ¡No diga eso! No se puede, usted lo sabe. Es pecado mortal.
-Déjame hablar... No, calla. ¿O corriste tú también toda tu vida tras él? Cientos y cientos de noches leíste la Biblia. ¿No rezaste a Dios mil veces de rodillas, para que te escuchara, para que aceptara tu sacrificio y por él te diera un poquitito de luz y de paz? ¿Lo lograste? ¿Perdiste tus amigos, para estar más cerca de Dios? ¿Sacrificaste tu oficio y tu honor por ver a Dios? Yo hice todo eso y mucho más, y si Dios viviese y tuviese apenas tanto corazón y tanta justicia como el viejo Beckeler, me hubiera mirado.
-Dios quiso ponerlo a prueba...
-Eso hizo, eso hace. Mas hubiera debido saber que yo sólo lo quería a Él. Pero no vio nada, no supo nada. No me puso a prueba sino que yo lo puse a prueba a Él y encontré que es una fábula.
Hesse, Hermann. Walter Kömpff. En: Pequeño mundo. Primera edición Pocket. Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1985, pp. 148.
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