Monday, January 22, 2007

Se acaban de ir hace unas horas pero el corazón todavía esta a punto de salirse. Quiero quedarme, quiero quedarme, dice la pequeña. No quiero irme, le acompaña la más grande. Y para rematar ambas al mismo tiempo: no me quiero ir hoy, todavía no. Sus palabras logran partirme el alma. Tal vez imaginan que un ruego por partida doble puede obrar un milagro, retrasar nuestra despedida. Mauricia diría, eah que te quieren hacer berrinche, a embarcarlas sin más, Ysabel, nada de lagrimones ni rabietas, ni sentimentalismos, practicidad y punto. Eah, adiós y ya está, las despachas y hasta la próxima. No, no es manipulación en absoluto, de verdad quieren quedarse, lo veo en sus ojos, me dejan con el corazón atravesado en la garganta, aún lo tengo atravesado en...
Decenas de carros circulan con relativa calma dominguera la Javier Prado. Taxis por allá, custers por acá, autos de todos los colores, diferentes direcciones y yo todavía allí, hacia ninguna parte. Las vuelvo a mirar ¡Dios! que angustia decirles que no puedo, mirarlas a los ojos y decirles, no puedo, quisiera que se queden pero no puedo. Solo cierro los ojos, las abrazo, no puedo evitar que se me nuble la vista y caigan unas lágrimas a sus espaldas, les digo bajito no se puede chicas. Necesitaría más palabras para explicarles el porqué, hablo un poquito sobre eso, pero ellas ya no preguntan, me escuchan, asienten con los ojos, se quedan calladitas. En unos minutos más, apenas si logran prestar atención a algunas cosas. Miran la pista, ya viene el carro, Ysabel, ya viene el carro. Me abrazan un poco más y me regalan otros besos más, oto besho, oto abasho hasta el infinito. Me siguen partiendo alma. Tal vez intuyan que me harán falta, me dejo besar en las mejillas, en la frente, en la nariz, oto besho, oto abasho. Les devuelvo el cariño, besos, abrazos, como si no las fuera a volver a ver nunca. Dios, si las dejo ir ahora me echaré a llorar, no aún no se pueden ir. Como quien no quiere la cosa les pregunto si pueden irse en el que sigue. Tampoco quiero que se vayan. Ambas se miran, sonríen, aceptan la idea de esperar el próximo microbús, retrasar un poquito más la despedida. Me vuelven a abrazar. Los carros siguen pasando, el sol naranja se ve desde El trébol como si fuera sunset citadino.
No sé si les parezca raro, pero hace rato que empezamos a dejar que el siguiente y el subsiguiente pasen por nuestras narices y nosotras sin pararlos. La Marina, Todo Javier Prado, San Miguel, Callao, gritan los cobradores en el paradero con letreros en la mano. Vale no saber leer hoy, ni siquiera deletrear la palabra Ventanilla... mejor así. Pasan los subsiguientes y como si no nos diésemos cuenta. Saqué un par de notitas que les escribí antes de meterme a la ducha cuando estábamos en casa, no las lean aquí, cuando esten en el carro o cuando hayan llegado a casa, ahora no. Tal vez sea por miedo que les digo eso, prefiero que lean las notitas cuando yo este ausente. Tal vez sea que tengo un poco de miedo al efecto que puedan producir mis palabras allí, mis agradecimientos, algunas confesiones entre líneas, siempre entre líneas. Tal vez sea eso, aunque en realidad no sé qué es. Una de ellas se da cuenta que hace rato que el carro que las lleva a casa ha pasado más de diez veces frente a nosotras. Y si nos da la noche aquí, Ysabel, me interroga sin esperar respuesta. Me mira, se sonríe y me regala un último abrazo que esta vez es largo, profundo. Tengo miedo de soltarla, por eso la abrazo más fuerte, ella también. Sus paquetes descansan a un lado de la banca, se van con unas piezas más, un dolor en la garganta se agudiza y no puedo evitar que se resbalen más lágrimas. Definitivamente no me gustan las despedidas, siempre soy yo la que se queda, siempre otros los que se van. Detesto quedarme, dar media vuelta y quedarme a pensar qué harán en el carro, qué pensarán en el camino. Me habrán olvidado enseguida, apenas di media vuelta hacia mi propio hogar...
Hoy salió el sol todo el día y algo del calor se siente todavía. Ella tiene unos grandes y hermosos ojos de color marrón, las rayitas iridiscentes que a veces parecen verdes, azuladas juguetean con el sol, se aclaran con la luz de la tarde. Ella me dice te quiero como si me regalara una rosa.

3 comments:

Anonymous said...

Precioso relato y final.
Un beso, amiga.

Vanessa Soldevilla said...

Un beso para ti tambien Gabriela, me alegra mucho que te haya gustado el relato. El final me gusta, se lo tomé prestado a la personita que me regaló la rosa real de este lado de la vida, una nenita realmente preciosa.
Saludos y besossssss desde mi Perú querido.
Vanessa

Irredento Urbanita said...

Kería comentar en tu post sobre Sanz, pero no había manera. Entré a tu blog gracias al de Santiago Roncagliolo.

Saludos