Monday, April 28, 2008

Madrugada, llueve en Santiago, creo que es la primera vez que sucede desde que llegué a esta ciudad. Llueve y es tal la fuerza de la lluvia que no he logrado conciliar el sueño. Llueve con tanta fuerza, me repito, ha llovido toda la noche y me he detenido a dejarme acompañar por la lluvia. Es ya de mañana y no para, vuelve a llover, la sinrazón de los chubascos en mi alma. El dolor tal vez sea distinto, ese sentimiento que no termina de abandonarme sale a flote para caer también con la lluvia. Llueve y no es solo eso, las gotas pesadas y amargas bañan esta ciudad extranjera, caen sobre el techo de la casa, inundan las veredas, las otras casas, el paraguas de aquella señora cruzando la otra vereda y caminando hacia la esquina hasta desaparecer mientras la observo irse. Llueve y no es solo eso. Son las calles, las veredas inundadas formando charcos en el suelo, las gotas cayendo sobre las pistas desde ese techo que cubre la ciudad entera.

Hace un par de semanas que no logro dormir bien, la alteración de mi sueño es casi notoria, tal vez un tanto comprensible. Pienso todo el tiempo, necesito descansar lo suficiente y luego retomarlo todo. Llueve, todavía recuerdo lo último que escuché en el noticiero antes de apagar la TV anoche, el pronóstico del tiempo señalaba una ola de frio en todo el país. Hoy ya se pueden sentir cada una de sus precipitaciones intermitentes, es esta ciudad la que me cura y en la que busco abrigo.