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Tuesday, April 08, 2008







Las fotografías pertenecen a la casa de playa de Neruda, una llamada Isla Negra. Confesaré que no sabía de la existencia de este lugar, tal vez alguna vez escuché hablar de ella pero nunca antes había reparado de tal modo en ella como para intentar hacer un viaje y conocerla. Así que fui a conocer esa casa y su casi mítica historia gracias a la recomendación de JuanLuis y Anne el mes pasado, ambos una pareja de esposos e inigualables amigos en Perú. Él un amigo poeta y antropólogo dotado de una extrema sensibilidad por la palabra, una aguda capacidad para escuchar a sus amigas, aconsejarlas y abrigarles el corazón con un gran abrazo; ella una profesional francesa de hermosos ojos azules con un profundo amor reservado para el bueno de Sunna. Conocí gracias a ellos una residencia hermosa, elegante y cimentada con inigualable fortaleza cerca a una inspiradora playa del sur del Océano Pacífico. Los extraño a ambos, a mamá y mis hermanos, a mi país, a las personas importantes para mí, pero supongo que así ha de ser la distancia hasta mi regreso cada que aguardo las comunicaciones semanales de aquellos que quiero y siguen pasando los días.
El verso del post anterior estaba inscrito en un pequeño monumento dedicado a las gaviotas admiradas del poeta chileno en una plazita de las afueras de aquella vieja casa. El verso inicial de aquel poema se quedó grabado en mí con tanta fuerza que no he podido borrarla de mi memoria después de leer el poema completo. Me quedé con la cadencia de ese verso primero y por ahora también me quedo anclada con libertad en este país sereno por un tiempo mayor al pensado inicialmente, una decisión reciente que al no ser prevista no me permitió traer conmigo en la maleta viajera ropa de invierno.
Sé que habrá forma de solucionar ese hecho con una visita a esos centros comerciales que aquí llaman molls. Todavía sale mucho sol por las mañanas en esta ciudad aunque poco a poco se va sintiendo un poco de frio.
Buenas noches y abrazos, Vanessa

Monday, January 15, 2007

Monólogo 27

Mantenerse a solas, recobrarse, dejar de ser emocional, todo está en la mente, tratas de sonreír. Tienes que racionalizarlo todo y verás que no hay una lógica ni sentido para permitirle un espacio al estado gris, debes mantenerte alejada de todo lo que te rodea de una realidad virtual, insana, ficticia, dañina, todo lo que reproduzca siempre la misma tristeza, el mismo nombre, los mismos ojos, el mismo rostro... Nicolas...
Lamentarse, si, lamentarse por haber arriesgado tanto y haberse quedado con el saldo en rojo, con las deudas infames que exceden hoy lo que hubiera sido suficiente para sobrevivir a la propia vida. Desnudaste en vano tu propio corazón, tus miedos entre líneas, te avergüenza esa desnudez, la fragilidad que se escribe, se borra, se mutila, se calla, se edita por pudor... Abandonaste las dos pertenencias más importantes de tu vida por causa de un espejismo, una mentira, un mal sueño, un absurdo en el que creías y por el que lo apostabas todo a ojos cerrados... A ojos cerrados...
Tal vez sea eso lo que no te perdonas, ¿no? y lo que callas, como no perdonas los días de insistente garúa este nuevo verano y el dolor espinado de tu último llanto al verlo. Cuando te sientes triste nuevamente, te observas a ojos cerrados, te ves abrazada a Flower en la misma vereda, apoyada en ese bastón que es la amistad que te sostiene. Contabas con las pocas fuerzas que recogiste en ti para ir a ese lugar homicida que destrozó tu corazón para siempre, para siempre, para siempre, suenan esas palabras como el eco en una lápida en la que escribes tu propio nombre.
Piensas en los sueños que aún permanecen, en los pequeños descubrimientos que te roban algunas sonrisas y rescatan momentáneamente tus ojos de la evasión... Se avecina una pequeña celebración para ti, te susurran, deberías alegrarte. Pero no, no hay sonrisas, te permites sufrir tu propio luto a escondidas. Hay libertad en las lágrimas, hay mucho de lo que quisieras decir pero no puedes gritar en voz alta, ni a ti misma ¿A qué lugar se mudo tu alegría?, ¿no hay deseos que pedir?...
Llorar hoy a la que muere con un poco de ti este último día, llorar a la que se va yendo con unos retazos de tu corazón perdido, se va escapando, se va, se va con tus veintisiete... Así es la vida, Marguerite, así es la vida, no hay que llorar, o mejor, hay que llorar un día, una semana, llorar todo lo que haya que llorar, llorar como el Rímac, sufrirse el luto en el alma y luego nunca más, nunca más. Luego levantarse y aprender a ser feliz con los pies en la tierra, con la mirada en alto, con los sueños que faltan materializar en esa tu casa a la que amas tanto.
Has intentado creer, has tratado de volver con una sonrisa refrescada por el mar y lo lograste ¿Qué pasa ahora?, ¿por qué la angustia?, te alegró esa salvación momentánea, ¿no recuerdas? Pudiste hablar por una maldita vez en pasado, sobre tu presente intención de ser feliz a pesar de todo, eah! ¡Ánimo!...
Ánimo, esa palabra estrellada y trillada en la distancia de un suelo inútil. Pasan y pasan los días, pasan los días, tal vez exista una sanación definitiva ¿Dónde, el remedio?
Respiras, logras ver la sonrisa de la de los pies descalzos, blancos, preocupada por ti, por la soledad en tus ojos ¿Estás bien?, no hay respuesta... palabras que no se pronuncian.
Prometiste no volver a penetrar en el mismo hoyo, en el mismo destrozo que siempre produce una misma desolación, un mismo recuerdo para el que inventas una esperanza. Pareces desahuciada... Si fuera tan fácil hallar un remedio... Si fuera tan fácil una realidad celeste como ésta hace tiempo habría dejado de existir y estarías sobreviviendo sin necesidad de un salvavidas, de una fe que a veces parece plástica. Hace tiempo habría sido posible olvidarlo todo, ya no intercambiarías el vaso de vinagre por el de agua, ya habrías aplacado el espasmo que sigue al llanto. Cómo disolver la tristeza, la realidad celeste, amada, comprometida con el corazón que no se vende a nadie. Prometiste no escribir nunca más cartas tristes, ni monologar en voz alta, lo prometiste, ya basta.