Wednesday, November 01, 2006

La búsqueda de la ilusión

"¡Qué tentador era olvidarse del cuerpo y vivir
en la atmósfera limpia y etérea de la psique!
Pero Anne no tenía una personalidad
esquizoide ni esquizofrénica,
y ese grado de disociación le resultaba imposible."


Regularmente suelo ceder a temas y preocupaciones que me rondan en la cabeza por mucho tiempo, sea porque afectan a personas que quiero y me causan gran intranquilidad, o porque la propia intranquilidad es cercana a mis propios estados. Leer siempre ha sido y es una buena forma de empaparme de esos temas, racionalizarlos, buscar soluciones imaginarias y/o reales para ellas. Hay uno al que cedí durante gran parte de los meses pasados y sobre el que he leído un tanto: el tema de la depresión.
De hecho, durante muchos tiempo he sentido una gran inquietud por las enfermedades de la mente y la curiosidad por conocer la génesis de las dolencias emocionales que afectan a los seres humanos, sobre todo por que visibilizan una gran complejidad en el modo de conexión existente entre la salud física y mental de las personas; y en suma, la gran complejidad del ser humano en general. La depresión es una de esas enfermedades neurótico-emocionales sobre la que me interesa saber de buena tinta, la más común alrededor del planeta -además de la más difundida en nuestra época- a decir de Alexander Lowen, unos de los psiquiatras especializados en el tema al que he tenido oportunidad de leer un poco.
Aún me falta cierto camino por recorrer al respecto, pero igual quería adelantar un tanto y escribir un poquillo hoy que quiero iniciar un nuevo mes lleno de cosas buenas y nuevas para mí; y espero que también para todo el mundo. (Me gusta noviembre, pinta tan bien hoy a través de mi ventana).
Alexander Lowen señala que la finalidad del esfuerzo psiquiátrico siempre ha sido poner a la persona mentalmente enferma en contacto con la realidad, aun cuándo -al tratarse de un ser humano- sea difícil encontrar los límites que determinan qué creencias son ilusorias y cuáles reales. ¿Ilusorio (I) o real (R), para quién?, habría que preguntarse siempre, y allí radica la dificultad. Sino preguntémosle a nuestro querido Don Quijote.
Existen para el psiquiatra dos tipos de condiciones mentales, las psicóticas y las neuróticas, que están definidas en función al grado de ruptura entre I y R. Así, si la ruptura con la realidad es grave, si el paciente no se orienta en la realidad del tiempo, espacio o la identidad personal, su condición es descrita como psicótica y se dice que sufre delirios que distorsionan su percepción de la realidad. La neurosis, por el contrario, es una distorsión emocional no tan grave en la cual el individuo no se encuentra desorientado ni su percepción de R está distorsionada, sin embargo lo que le ocurre es una pequeña falla: su percepción sufre una distorsión a pesar de que su concepción de R no sea defectuosa; es decir, opera mentalmente con ilusiones y no está enraizado en la realidad, lo cual hace que se le considere mentalmente enfermo. La depresión pertenece al segundo tipo, es una enfermedad neurótica.
No obstante la definición determinante que limita el paso entre la psicosis y la neurosis, existen grados de gravedad que hacen que las personas oscilen entre un estado y otro; todo depende del grado de “distorsión” o la “falla perceptiva”, imagino. Ya lo dice Lowen, “Una visión demasiado estrecha de la realidad también puede resultar ilusoria. No es raro encontrar que la persona que presume ser “realista” sea también, en el fondo, ilusoria”. La clave para evitar las confusiones esta en reconocer que hay también una realidad innegable: la realidad física y corporal de toda persona, a la que es imposible sustraerse. "Las personas no existimos separadas de nuestro cuerpo y ninguna forma de nuestra experiencia mental puede existir sin la existencia de la experiencia física, recalca el psiquiatra. Lo contrario sería una ilusión", como la que habitaría en la escisión de cualquier ente que estuviera dividido entre un rostro quijotesco y su lado más corporal asentado en el rostro y cuerpo de Sancho Panza. No obstante, nada niega que en la existencia corporal estemos compuestos por un aspecto espiritual y otro material.
El estudioso señala que en todo caso el concepto de enfermedad mental es ilusoria, si no tomamos en consideración que no existe perturbación mental-emocional que no sea también física (corporal). En ese sentido establece una fuerte relación entre la mente deprimida y el cuerpo deprimido y los modos como cada una de estas realidades (mente/cuerpo) responden a un aspecto diferente de la personalidad; aunque siempre a partir de esta “interconexión omnipresente” que enraíza la psique a todas las manifestaciones físicas y corporales de la persona. De ese modo, en el individuo deprimido se trataría de una perturbación emocional que partiendo de la esfera mental se termina asentando en el cuerpo e implicando un movimiento oscilatorio de afectación entre ambos niveles de la totalidad de la persona. El sujeto involucrado en un conflicto emocional sufriría en suma, tanto una “depresión de su espíritu” como "de su cuerpo", diría el psiquiatra.
Lowen realiza una enumeración de casos que le permiten explicar los motivos que llevan a las personas a deprimirse y las asienta en una suerte de búsqueda de la ilusión que permite la vida. La depresión se da cuando dicha búsqueda no se establece a partir de una relación saludable entre el cuerpo y la mente de la persona, cuando esta no logra establecer un buen equilibrio entre ambos niveles. Ante todo, señala que son las “prisiones interiores”, además de las exteriores, las que constituyen "barreras infranqueables" en el proceso recuperativo de la alegría natural de una persona deprimida, “unas barreras inconscientes establecidas entre el “se debería” y “no se debería” que “la aislan, la limitan y pueden incluso aplastar su espíritu”, señala. Y añade que para salir de ese estado, los individuos llegan a "inventarse fantasías y planes de fuga en el que soñar un mundo en el que la vida será diferente", y que "son esos sueños, como todas las demás fantasías, las que le sirven para mantener su espíritu a flote"; pero también “los que le impiden confrontar de modo realista las fuerzas internas que lo atan”, pues tarde o temprano esa ilusiones se derrumbarán, sus sueños se desvanecerán, y sus planes fallarán; y la persona terminará dándose de cara con la realidad. La perdida de la fe y de las ilusiones son las que imprimirán en el sujeto su sello depresivo.
Hay un caso del que siempre escuché advertencias desde muy pequeña sea por mi madre o por abuelita Cleofé, pero que me interesa traer a colación desde las palabras de Lowen, aun cuando siempre haya sido para mí una lección aprendida y vivida fielmente toda la vida. Esto sobre todo porque siempre sigo pensando en cierto profesor universitario de hermosos ojos celestes que vi muy interesado en el poder de la imagen y otros temas barrocos que solía inculcar en sus alumnos. El profesor en cuestión siempre me preocupa, estoy empezando a pensar que así será mientras me dure la vida; tal vez por la necesidad de producir respuestas ante el rezago de un mal recuerdo -imperdonable- que me dejaron demasiadas clases suyas durante los cuatro cursos que llevé con él en la Católica. Qué más da, yo me dejo arrastrar por esa preocupación desde mi resistente vocación pedagógica y sigo pensando en él mientras cito a Lowen. Después de todo, si en algo tengo fe este noviembre que se abre con mucha buena vibra para mi, es en la capacidad de cambio de algunas personas cuando una preocupación sincera que descarta las apariencias es demostrada por otras.
Alexander Lowen menciona la ansiedad causada por la ilusión de un individuo que pretende alcanzar dinero, éxito y fama como un modo de llegar a un estado de felicidad interior que incremente su autoestima y prestigio en su comunidad. Agrega que de hecho, esas metas ambicionadas pueden colaborar en algo a alcanzar las metas deseadas por ese individuo, pero que en todos los casos “estos logros contribuyen bien poco a la persona interior”. Y añade:
“Nadie ha encontrado verdadero amor a través de la fama, y muy pocos han superado la sensación interna de soledad gracias a ella. Por muy fuerte que sea el aplauso o estruendosa la aclamación de las multitudes, no llegan al corazón. A pesar de que estas son las metas que glorifica la sociedad de masas, la verdadera vida se vive en un nivel mucho más personal”.
Esa vivencia a nivel personal de las cosas más importantes de la vida -el amor, la amistad, el bienestar y la calidad de vida, entre otros-, es lo que marca la diferencia entre el trazado de metas ilusorias, -como la de pensar que alcanzar, dinero, éxito y fama permitirá que una persona que se siente un “Don nadie” pueda llegar a ser “alguien” si alcanza sus objetivos materiales- y otras metas más importantes. La cita continúa:
“La persona que triunfa puede parecer que es “alguien”, porque está rodeado de signos externos de importancia: ropas, coches, casa y celebridad. Puede que de la imagen de ser “alguien”, pero las imágenes son un fenómeno superficial que a menudo tiene muy poco que ver con la vida interior. De hecho, cuando una persona tiene que proyectar la imagen de ser “alguien”, indica que en su interior se siente un “Don nadie”. Este sentimiento es el resultado de la disociación entre el yo y el cuerpo. La persona se identifica con su yo y niega la importancia de su cuerpo; es más, no tiene cuerpo. La pérdida de sensación del cuerpo, que equivale a sentirse un “Don nadie”, obliga a sustituir la realidad del cuerpo por imágenes basadas en la posición social, política o económica.”
En ese sentido, creo que esa acción sustitutiva de la realidad físico-corporal por medio de los suplementos accesorios que constituyen el tipo de posición jerárquica y económica alcanzada por el sujeto, manifiesta una necesidad que ilustra muy en el fondo -quiero creerlo así, siempre- su propia fragilidad y su lado humano: la fuerte necesidad de aceptación de su verdadera persona oculta tras la fachada de su conducta social, intelectual, política, económica, etc.
El libro habla de otras cosas más, de la necesidad de establecer un balance entre la imagen ficcional y real de lo que somos, y de la importancia de la vivencia personal de la fe, los sueños y las ilusiones que ya nos hacen ser “alguien” en este mundo, seres humanos compuestos de una espiritualidad inserta al interior de la vitalidad de nuestros cuerpos (ese espejo de nuestra personalidad, según Lowen).
Quiero terminar con el último párrafo del apartado que me causo gran impacto y que espero el profesor de mis preocupaciones pueda leer y meditar como solía hacer; es decir, de modo exhaustivo. Mis mejores deseos para este noviembre que me sonríe tanto y que espero también les sonría a todos ustedes y al profesor de mis preocupaciones. Dice Lowen:

“Si queremos encontrar a la verdadera persona tras la fachada de su conducta social tenemos que mirar a su cuerpo, sentir sus sentimientos y entender sus relaciones. Sus ojos nos dirán si puede amar, su cara nos dirá si es autoexpresivo y sus movimientos nos revelarán el grado de libertad interior. Cuando estamos en contacto con un cuerpo vivo y vibrante, sentimos inmediatamente que estamos en presencia de “alguien”, sin tener en cuenta su posición social. A pesar de lo que se nos ha enseñado, la vida se vive realmente en este nivel personal donde un cuerpo se relaciona con otro o con su entorno natural. Todo lo demás es pura tramoya, y si confundimos el teatro con el drama de la vida, estamos en realidad bajo el dominio de la ilusión.”

1 comment:

Anonymous said...

Así que coleguita, ¿no?