Tuesday, February 13, 2007

Ezequiel: "El que quiera oir que oiga"

Sí, Úrsula tiene razón, lo mejor es estar en movimiento. Sé que le debo a ella mi regreso, a ella y a otra mujer que lleva su mismo nombre; pero sobre todo a la maravillosa casualidad de un reencuentro después de tantos años de distancia. Nosotras dos con los ojos iluminados por la sorpresa y el azar. Ambas hemos cambiado mucho en estos cuatro años de no vernos. Ella sigue siendo la misma chica rubia de ojos claros y bronceado perfecto en una casa de playa en el sur. Mantiene la misma sonrisa de siempre y la misma increíble sencillez, la misma sensatez para comprender su mundo, para explicárselo a sí misma, para criticarlo y no perderse. Mantiene la misma capacidad para escuchar, aunque hoy me parece que posee una madurez vital mucho mayor. Era de suponerse que pasaría. Hablamos un poco, me ayudó a recordar a la cachimba que fui y que ella conoció en el examen de admisión del 98´, se siente tan bien verse en las palabras amables de las personas que te conocen y que confian en ti. Escuchar lo que pensaba de mí fue volver a sonreír y ahora sé que esa sonrisa me durará para siempre. No nos hemos perdido.

Se puede regresar a un lugar después de mucho tiempo (a veces años, a veces meses, días...), pero aunque el lugar siga siendo el mismo -y una siga siendo, en esencia, la misma-, siempre habrá algo diferente. Habrá algo que nos habrá cambiado definitivamente por el cúmulo de experiencias ganadas cuando se detiene una manera de morir y se apuesta por la vida con tanto entusiasmo, con tanta alegría en el corazón y en el rostro. Sé que el descanso que le ha regalado el silencio a mi vida -todas las veces que salí a caminar, tomar un café, comer helados, tomar sol en la playa, conversar con los amig@s; y ahora a volver a las clases de inglés, retomar la tesis con más fuerza que nunca, y a redescubrir los caminos de un querido proyecto literario, a salir con la familia los fines de semana y a volver a todo eso que se llama vida cotidiana-, me han salvado a mí y a este lugar. Este espacio no ha muerto, continúa por eso, porque ha recobrado su sentido original: el de la comunicación y el ejercicio de la escritura.

Ayer cuando iba a Pando a recoger material de la tesis una anciana señora se sentó a mi costado en el carro, acalorada por el sol que había afuera y entraba por las ventanas. Se notaba que había sido guapísima en sus años de juventud, me hacía recordar a una de esas grandes mujeres que han pasado por mi vida enseñándome tanto. Yo la observaba por el espejo retrovisor y sonreía al verla, de verdad debió ser hermosa pensaba. Llevaba una sombrilla amarilla con ella, además de un bolso marrón en sus faldas. Tuve la tentación de saludarla, de preguntarle porqué se veía un poco preocupada pero no lo hice. De pronto el carro cambio de posición y empezó a darle el sol en la cara por la ventana y empezó a quejarse conmigo, le dije que sí, que efectivamente hacía calor y le sonreí. Recordé que una vez vi un comercial de televisión que decía algo así como que la naturaleza es sabia y siempre nos alcanza. Le ayudé a abrir su sombrilla y ella me agradeció y me sonrió, entonces aproveché para buscarle conversación. Le pregunté hacia dónde se dirigía y me contestó que tenía una reunión con su grupo de estudio biblíco, Soy Testigo de Jehová, me dijo.

Había una época (ingresé a la universidad siendo una católica acérrima), en que yo le cerraba las puertas a las personas que decían ese nombre como si hubieran dicho una gran lisura. Aunque con el tiempo cierta rebeldía me tentaba a conocer lo que había del otro lado y mucho más hasta que conocí a un amigo muy importante en mi vida. Le sonreí como respuesta y le dije: Mi mejor amigo es Testigo de Jehová, algunas veces hemos discutido por ese motivo. Verá, yo soy, mejor dicho, era católica. Ahora no lo sé... no voy a misa. La señora abrió los ojos asombradísima y me quedó mirando con gran sorpresa, parecía como si recién se percatara de mí. Le sonreí y le dije: Ya veo, es por eso que carga su biblia. La anciana sonrió mucho más y la sacó de su bolso, me miró con profundidad y la abrió en Ezequiel. Lea aquí, me dijo. Yo pensé para mis adentros: ¡¡¡Oh no!!!; recordaba a cierto cómico personaje en que se había convertido cierto señor que una vez se lanzó a la presidencia, un tal Ezequiel Ataucusi. La miré, ella tenía una convencida seriedad en el rostro y nada, me puse a leer. Quedé impresionada, leí, releí, volví a leer y no podía devolverle su biblia. Me deja anotar, le pregunté. Asintió con una sonrisa y luego me dio una pequeña interpretación de la cita y me habló de la responsabilidad del creyente, de Dios y otras cosas hermosas que guardaré por siempre en la memoria y en el corazón. Volví a recordar cierta vieja responsabilidad, cierto antiguo compromiso cristiano que no he olvidado del todo. Sobre todo en días en que un escritor peruano parece querer emular al tal Ataucusi. Ojalá quiera oír.

Llegué a mi destino y antes de bajar del omnibús le pregunté su nombre, dijo que se llamaba Alicia Amorós y agregó:soy del grupo de estudio de Testigos de Jehová de Pando. Le sonreí por última vez, no sé si algún día intente buscarla. Ya me bajaba cuando ella me regaló un lindo piropo. Ingresé al campus universitario convencida de la importancia de la lectura de este pasaje bíblico en estos días. En mi libreta aún llevo anotada la cita: Ezequiel 3:17-27